Salmonfest

En el año del bicentenario de la patria, y en el décimo aniversario del disco El Salmón, surge el Salmonfest, una fiesta que celebra la épica cancionera gestada por Calamaro que, encerrado en domésticos estudios de grabación, con la compañía del Cuino Scornik, compuso y grabó, sin ningún tipo de condicionamientos, cerca de 300 canciones en apenas tres meses.

18 oct 2010

La nota que nos hubiera gustado escribir

Tiempo Argentino: Entrevista a Andrés Calamaro

“Ninguna bala parará a El Salmón”

Publicado el 17 de Octubre de 2010


El músico celebra los 10 años del disco quíntuple que lo ubicó en el límite entre lo lunático y lo trascendente. Una obra incomprendida que tuvo su revancha.

Era otra Argentina. A fines de 2000 ya había renunciado Chacho Álvarez. Y con él, las últimas ilusiones de mejora social depositadas en la Alianza. Era la época de las puntocom y los salones de chat, de la Selección invencible de Bielsa y el Boca ídem de Bianchi, de la cumbia villera y el luto por Rodrigo, del Nuevo Nuevo Cine Argentino y del primer furor por Gran Hermano; la Argentina de los patacones, los piqueteros y las colas en las embajadas para escaparse del país. Las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 se cocinaban a fuego lento.
En ese contexto explosivo y desesperanzado, Andrés Calamaro tomó una decisión temeraria, sin antecedentes en el mundo discográfico local o mundial: editar un disco de estudio quíntuple, El Salmón. Nada menos que 103 temas que registraban de forma cruda y sin filtros el estado de convulsión permanente en que vivía entonces. “Fue un período de libertades extremas que conseguimos asociar con una cierta disciplina de escritura inmediata y grabación espontánea. Aquello no fue sencillo, pero tampoco fue un sacrificio, por suerte teníamos los grabadores y los lapiceros para volcarnos con la creatividad”, dice hoy Calamaro en un tono mucho más sereno del que ofrecía en aquellos años, cuando “internaba” a los periodistas que se animaban a visitarlo con monólogos tan alucinados como apasionantes.
“No podría jurar que aquel disco me cambió la vida, pero sí que fue un pedazo de (mi) vida”, sostiene en vísperas del décimo aniversario que el álbum cumple en estos días, y que ya suscitó festejos organizados por sus fans, los Salmón Fest, además de un estado de balance y reflexión constante por parte del ex Abuelo de la Nada. Un álbum histórico que, sin embargo, no la tuvo fácil en sus comienzos recuerda a Tiempo Argentino: “El Salmón no fue recibido como una revolución, tengo la sensación de que nadie quiso apostar por esta obra espontánea y salvaje, no tuvo (en ese momento) la respuesta que yo esperaba. Incluso la opinión pública apostó a que la mayoría del material era descartable.”

–¿Cómo fue, entonces, que un disco más cercano a lo terrorista que a estríctamente artístico generó tanto interés con el paso del tiempo?
–Lo que me sorprende es el tiempo y la energía que volcábamos en las grabaciones sin intención de publicarlas. Grabábamos El Salmón sin pensar en un disco. Estábamos “seguros” de que aquellas grabaciones eran privadas y que no saldrían nunca de la “escucha” íntima. Todavía ahora oigo sorprendido esas grabaciones domésticas y “basureras” pero intensas, y una inquietante sensación de libertad y de artesanía me conmueve un poco, al mismo tiempo que me excita y me despierta una tenebrosa nostalgia: renunciar a todo para grabar un “no-disco” con semejante energía.

Contra lo que necesitaba la industria (que pedía otro disco perfecto y radial como Alta Suciedad para combatir la ya creciente piratería), contra lo que esperaba la prensa (que en algunos casos se burló de su “nulo criterio de selección”) e, inclusive, contra una parte importante del propio público (que le costó habituarse al extraño giro que habían tomado los acontecimientos), El Salmón se plantó con la exigencia de una escucha distinta, alejada de los siempre relativos parámetros de “calidad”. En su lugar, las canciones del álbum pedían ser juzgadas según su vitalidad, urgencia y autenticidad. Y, en ese plano, temas como “Horizontes”, “Un barco un poco”, “Jugando al límite” y obviamente “El Salmón”, con su letra manifiesto, resultaron imbatibles. “Fue un disco que tuvo un poco de Rayuela de Cortázar, un disco intenso y anarquista, con canciones que apostaron a los sentimientos hondos, y otras que fueron fragmentos de un happening.”
Visto en perspectiva, el disco era también bastante distinto respecto a lo que sucedía musicalmente en aquel momento. De hecho, por estas fechas también se cumplen los diez años de Kid-A (la utopía abstracta de Radiohead) y, en el plano local, el rock barrial alcanzaba su apogeo de convocatoria, mientras que Gustavo Cerati mostraba su costado más cool y el indie se debatía entre el pop inteligente y la electrónica para pocos.

–¿Cómo se ubicó El Salmón frente a sus contemporáneos?
–No teníamos idea de lo que pasaba con la música, no nos importaba, estábamos ocupados escribiendo todo el día. Supongo que mi memoria musical estaba intacta, ¡pero no lo recuerdo ahora mismo! Lo que sí teníamos era mucho diálogo social y político. Marcelo Scornik, que coescribió varias de las letras del disco, es un peronista auténtico, fue a Ezeiza cuando vino Perón y estaba con la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). Hablábamos mucho de de política y, al mismo tiempo, sentíamos que podíamos respirar debajo del agua, que el caos y la crisis no eran un mal ámbito para nosotros, que habíamos renunciado a casi todo.
–Se dijo mil veces que te encerraste meses en tu departamento de la calle Pacheco de Melo y que vivías para componer y grabar, ¿cómo fueron aquellos días a nivel cotidiano? ¿Cómo compatibilizabas esa dedicación con todo lo que demanda vivir?
–Era una vida absolutamente marginal, un vértigo permanente, olvidados los calendarios, sin leer periódicos ni revistas, ni ver televisión. Realmente no sabíamos si eran las ocho de la mañana o las ocho de la noche, un happening de renuncia y libertades peligrosas, con todo lo que la imaginación quiera agregar como ingredientes de masacre contra la moral y acción creativa. Nos visitaban Hebe Bonafini, Jorge Lanata y otras personalidades destacadas de otros universos al margen de lo confesable.
–¿Tenías líos con los vecinos? ¿Cómo resolvías esa convivencia?
–Nos mandaban a la policía día por medio. Llegaron a denunciarnos tantas veces que abandonamos mi vivienda por consejo de mi abogado penal. Una noche cargamos todos los equipos que pudimos y nos fuimos a pasar enero a un apart-hotel. Teníamos dramas vecinales, pero supongo que los dramas eran los de los sufridos vecinos cuando llovían electrodomésticos y teclados sobre el techo de cristal de la coqueta planta baja recoleta....
–Deep Camboya, el estudio-cuarto donde grababas los temas, tomó dimensiones míticas. ¿Cómo era?
–El equipo era tan paupérrimo, pero a la vez hecho a medida, tan obsoleto y escaso que podíamos instalarnos en cualquier lado. Al principio me enchufé en el living, después instalamos el grabador en una mesa más alta, después a un entrepiso sobre la cocina y finalmente, sí, a la habitación más lejana, más incomoda y decadente del departamento, que era un magnifico semipiso estilo francés reciclado por el diseñador (Jacques) Bedel.
–¿Cuál es el legado de El Salmón?
–Ninguna bala parará a El Salmón, es un mojón de libertad y locura, una violación del arte, mi Titanic sin hielo. A mí me dejo milagrosamente entero, en Pampa y la vía. Sin dudas, es una grabación valiente, el anticoncepto como concepto que sería imposible de imaginar sin la hermandad (y la pincelada poética y vital) de Marcelo Scornik. La verdad, lo hicimos todo con desinterés y honestidad, ¡ni siquiera pensábamos que grabábamos un disco! El Salmón está arriba en la escala de los depredadores, no se lo come nadie.

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